El Padrecito de los Pobres

(Télam, por Emiliano Vidal *).- La figura de Manuel Dorrego transita por caminos tan complejos como contradictorios. Porque fue un líder federal aunque porteño. Porque si bien fue republicano, también fue popular. Porque fue un político que soñó con la Patria Grande que impulsaban José de San Martín y Simón Bolívar. Porque fue un héroe militar de la Independencia. Porque fue un hombre de agallas y de trágico final.
Para la línea mirista, fue uno de los “perdedores de la historia”. Con su fusilamiento a manos de Juan Lavalle, comenzó la larga guerra civil que dividió a los argentinos y los divide según quien relate su muerte.
Para comprender el contexto de su homicidio el 13 de diciembre de 1828, en la localidad bonaerense de Navarro, hay que remontarse al pensamiento iniciado en la Revolución de Mayo de 1810. Volver a Dorrego es retomar el camino de la resignificación del pasado para construir el futuro. Porque su muerte, fue el intento de frenar el crecimiento del trabajo, el de las tierras productivas y el auge del mercado interno.
Frenos que volvieron a repetirse a lo largo de la historia nacional, como en 1955, cuando los militares que derrocaron al peronismo se autodenominaron Revolución Libertadora, que era uno de los nombres que Lavalle, el matador de Dorrego, le había puesto a una de sus columnas durante las batallas contra Juan Manuel de Rosas.
Un año después, el general Juan José Valle, al igual que Dorrego, también fue víctima de militares, que en nombre de la liberación nacional, traicionaron el legado sanmartiniano, y a diferencias de sus víctimas, apostaron a la entrega del país en nombre de una oligarquía portuaria y culturalmente extranjerizante.
Dorrego era hijo de la burguesía liberal de la ciudad metrópoli base del Virreinato del Río de la Plata.
Comenzó a tener relevancia en la política, apoyado por un pasado como soldado y admirado por los sectores populares que empezaron a ver en él a un líder. Un hombre que comenzó a pensar sobre la necesidad de organizar a las Provincias Unidas en un sistema federal, al punto de oponerse tanto a la idea estratégica de la monarquía Inca de Manuel Belgrano como a la decisión de crear la figura de Director Supremo, ambas propuestas debatidas en el Congreso de Tucumán de 1816.
Federalista, avaló la idea de trasladar la capital federal de las Provincias Unidas a Tucumán y que Buenos Aires recuperara la autonomía igualitaria con relación a las demás provincias.
En 1820, año en que Manuel Belgrano moría en el olvido, explotaron las dos facciones aún presentes en 1810. Por un lado, la línea centralista porteño de Mariano Moreno. En el otro extremo, el saavedrismo federal en los caudillos del interior. Dorrego abrazaría esta última.
El 4 de julio de 1820, es elegido gobernador interino de la provincia de Buenos Aires. No tardó mucho la oligarquía porteña en reemplazarlo por Martín Rodríguez y su ministro estrella, Bernardino Rivadavia.
De excelente relación con los humildes, los orilleros, los negros y mulatos, para mediados de 1825, el desajuste en la deuda pública, la ley de enfiteusis, el recorte al Ejército revolucionario, el empréstito fraudulento con la casa londinense Baring Brothers y la sanción de la Constitución unitaria, fueron más que suficientes para que el “padrecito de los pobres” emprendiera una fuerte oposición política a los intereses rivadavianos, combatiéndolos, tanto desde su banca de diputado como desde el periódico El Argentino.
Dorrego fue elegido gobernador bonaerense en agosto de 1827.
La guerra con el Brasil por la Banda Oriental fue su certificado de defunción. Porque si bien la elite porteña no veía con agrado el conflicto bélico, embelesado por los ingleses, debilitado y hacia el final de su rol como Presidente de las Provincias Unidas, Rivadavia se convirtió en un partidario de la guerra, anhelando que se anestesiaran las pretensiones de los caudillos federales.
Así, por las tropas del flamante Ejército Nacional y al calor de las victorias obtenidas en Bacacay, Ituzaingo y Yerbal en 1827, los unitarios ya tenían a su nueva figura: Juan Lavalle.
Antes de ser elegido gobernador de Buenos Aires, Dorrego sufrirá la última trastada de Rivadavia en promover que su canciller, Manuel García, firmará un convenio preliminar que endosaba definitivamente la Banda Oriental al imperio brasilero.
Sin apoyo político, con la economía en ruinas, Dorrego comete el error que le costaría la vida: firmar la paz con Brasil y ceder para siempre el territorio en disputa.
Desde su relación con Simón Bolívar, Dorrego soñó con la gran América.
Por terminar con las leyes monopólicas de los bienes de primera necesidad, manifestó su vínculo con los sectores populares.
Por creer en un país federal, estrechó la mano a los caudillos del interior.
Con su muerte, apagaron la figura de un líder de visión política nacional y pensamiento americano. Si la historia es política pasada y la política es la historia presente, no pudieron terminaron con el sueño y legado del “padrecito de los pobres”.
La flamante creación del Instituto Nacional de Revisionismo Histórico Argentino e Iberoamericano Manuel Dorrego continúa esa línea.
(*: Emiliano Vidal es abogado y periodista)

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